John Perry, FAIR, 2 de abril 2021
https://fair.org/home/with-nicaragua-scary-covid-projections-are-more-n…
Hace un año, mientras tanto la administración Trump en Estados Unidos como el gobierno de Johnson en el Reino Unido respondían de forma vacilante a la creciente pandemia, los medios de comunicación internacionales buscaban chivos expiatorios: otros países cuya respuesta al virus fue aún peor.
Hubo algunos casos de obvia negligencia - Brasil fue y es un ejemplo destacado. Pero la prensa también se volcó en Nicaragua, repitiendo las acusaciones de los grupos locales de la oposición de que el gobierno sandinista negaba los peligros y que el país estaba al borde del desastre.
Cuando, mientras el número de muertos en otros países crecía de forma alarmante, Nicaragua "aplanó la curva" de los casos del virus más rápidamente que sus vecinos, su aparente éxito fue ignorado. A pesar de la importancia de identificar cómo los países más pobres pueden contener el virus con eficacia, las medidas utilizadas por Nicaragua siguen sin ser investigadas por los medios de comunicación internacionales. ¿Por qué ha ocurrido esto?
El frenesí mediático sobre el gobierno sandinista comenzó con la BBC. El pasado mes de abril, BBC Mundo afirmó que el gobierno del presidente Daniel Ortega no había tomado "ninguna medida" ante la amenaza del virus. Inventó un tropo mediático: La "larga ausencia" de Ortega de la vista pública. (Llevaba tres semanas sin aparecer en persona o en la televisión, algo nada inusual).
Dos días después, el New York Times se preguntaba: "¿Dónde está Daniel Ortega?", y añadía que su gobierno había sido "ampliamente criticado por su enfoque displicente" y que el público "duda profundamente de las afirmaciones del gobierno". The Guardian se unió al coro esa misma semana, afirmando que Ortega no estaba "en ninguna parte", y añadiendo cuatro días después que el "autoritario" Ortega era uno de los cuatro líderes mundiales que negaban el virus. Según el Washington Post, Ortega se había "desvanecido", dejando un gobierno con un "enfoque de laissez-faire" ante la pandemia.
No sólo los titulares, sino también el contenido de las historias tenían muchas similaridades. Una cita del gobierno (a menudo de la vicepresidenta Rosario Murillo) aparecía con declaraciones de grupos de la oposición, o de lo que parecían ser organismos médicos independientes, como el Comité de Científicos Multidisciplinarios y el Observatorio Ciudadano de Covid-19, ambos apoyados abiertamente por la oposición.
Juan Sebastián Chamorro, un líder de la oposición con las mismas excelentes conexiones con los medios de comunicación internacionales que otros miembros de la familia Chamorro, es la voz de la oposición a la que se acude, mientras que las fuentes citadas con frecuencia son el periódico La Prensa, propiedad de Chamorro, y el sitio web de noticias Confidencial, dirigido por Carlos F. Chamorro, que apoya a la oposición. (Ambos medios y el sitio web 100% Noticias, también muy crítico con el gobierno, han recibido regularmente apoyo financiero de la Fundación Violeta Barrios de Chamorro, que se ha beneficiado de 4,6 millones de dólares de financiamiento de USAID en los últimos tres años).
Los medios de comunicación internacionales recurren incluso a reporteros con estrechos vínculos con la oposición. Por ejemplo, The Guardian describe al escritor de sus historias sobre Covid-19, Wilfredo Miranda, como "freelance", pero en ese momento escribía regularmente para Confidencial. The Guardian tiene un historial de uso de periodistas alineados con la oposición: En 2018, junto con el Washington Post y la BBC, publicó historias de Carl David Goette-Luciak, que fue demostrado por Max Blumenthal que trabajaba con grupos antisandinistas. (El informe de Blumenthal provocó un conflicto abierto entre el sito de web The Canary y The Guardian).
Del mismo modo, el reportaje de la BBC del 4 de abril era de Dora Luz Romero, jefa de información digital del derechista La Prensa, y la primera cita de su reportaje era del director de ese periódico. El corresponsal en Managua del New York Times, Alfonso Flores Bermúdez, deja claras sus simpatías políticas en su Twitter (por ejemplo, refiriéndose a los culpables de ataques armados en la intentona golpista de 2018 como presos políticos).
La pandemia confirmó tendencias que han ido creciendo de todos modos: que es conveniente y más barato utilizar periodistas locales, aunque no estén comprometidos con una divulgación equilibrada, y dar voz a figuras de la oposición que están fácilmente disponibles con comentarios citables, a menudo en inglés fluido. En parte, esto se debe a que los funcionarios del gobierno son reticentes a colaborar con los medios de comunicación, una postura que puede ser criticada, pero que es una respuesta a la forma burlona en que se tratan sus comentarios (la cobertura de la "desaparición" de Daniel Ortega proporciona algunos ejemplos principales).
The New York Times (5/31/20) reportó “por todos lados
son los señales que el coronavirus está devastando Nicaragua".
¿En la negación de Covid?
La cobertura mediática adversa a mediados de 2020 tenía dos vertientes principales. El primero era que el gobierno nicaragüense negaba la existencia de la pandemia y no estaba preparado o no estaba dispuesto a tomar las medidas necesarias para combatirla. Un artículo que escribí para COHA el año pasado respondía a estas críticas: Aunque el gobierno nicaragüense rechazó el uso de los encierros por considerarlos poco prácticos en un país donde la mayoría de la gente sobrevive con lo que gana cada día, y pocos pueden trabajar sin salir de casa, en otros aspectos su respuesta a la pandemia se adelantó a la de otros países.
Nicaragua anunció su estrategia mucho antes (a finales de enero, cuando la mayoría de los países occidentales aún descartaban la posibilidad de una pandemia); preparó las salas de 18 hospitales para recibir a los pacientes de Covid, y reservó un hospital exclusivamente para este fin; estableció controles sanitarios en los puntos de entrada al país con cuarentenas obligatorias, y puso en marcha un programa para combatir la desinformación que se difundía a través de las redes sociales (varias rondas de visitas casa por casa, una línea telefónica gratuita, clínicas a pie de calle, etc.).
Las medidas se tomaron en consulta con expertos de países asiáticos que ya se enfrentaban a la crisis, como Taiwán y Corea del Sur, con los que Nicaragua tiene fuertes vínculos. Sin embargo, incluso cuando el gobierno publicó un "libro blanco" en el que exponía su estrategia en detalle (tanto en inglés como en español), los medios de comunicación internacionales lo ignoraron o lo descartaron por considerarlo inadecuado. El periódico español La Vanguardia, por ejemplo, lo tachó de promover la "inmunidad de rebaño" cuando este término no aparecía en el documento.
Si los periodistas hubieran hecho una investigación elemental, podrían haber descubierto que los planes tenían sustancia: Más de una quinta parte del gasto del gobierno nicaragüense se destina a la salud pública; ha construido 19 nuevos hospitales en 13 años, y tiene otros seis en construcción. Nicaragua tiene ahora más camas de hospital (1,8 por cada 1.000 habitantes) que países más ricos como México (1,5) y Colombia (1,7).
El segundo hilo de la crítica era que, como resultado de la negligencia del gobierno, Covid-19 se desbordaría. Se preveía un enorme número de casos, se estaban produciendo entierros clandestinos y los servicios sanitarios, mal preparados, estaban a punto de colapsar. El segundo reportaje de la BBC sobre Nicaragua, también realizado por Dora Luz Romero, incluía la predicción de una ONG local llamada FUNIDES de que para junio habría al menos 120.000 casos del virus y 650 muertes. (FUNIDES recibe dinero del gobierno de EE.UU. del National Endowment for Democracy).
El New York Times llamó a Nicaragua "un lugar de entierros a medianoche", sin señalar la práctica de la oposición de crear noticias falsas con las que confundir a la gente. Por ejemplo, los residentes nicaragüenses (como yo) podían seguir a las camionetas cargadas de ataúdes mientras hacían recorridos serpenteantes por las calles de la ciudad, en flagrantes intentos de crear pánico.
La revista médica The Lancet publicó en abril un informe de 13 médicos, ninguno de ellos radicado en Nicaragua, en el que se afirmaba que "la frágil infraestructura de salud pública podría colapsar". Los medios de comunicación generalistas lo citaron con regularidad, ignorando una respuesta en la misma revista de este escritor que refutaba los argumentos.
Los pesimistas se equivocan
¿Tenían razón los pesimistas? No, estaban ampliamente equivocados. Apenas ha pasado un año desde el primer caso oficial de Covid-19 en Nicaragua, identificado el 18 de marzo de 2020. Desde entonces, las cifras oficiales reportan 6.629 casos en total, mientras que el Observatorio Ciudadano no oficial reporta el doble de esta cifra, 13.278. La cifra más alta se basa en los casos "sospechosos" (no probados) y, según el sitio web del observatorio, incluye los "rumores" como una fuente de información. Pero incluso la cifra más alta es drásticamente inferior a las de los países colindantes, como muestra este gráfico.
Covid-19 Cases and Deaths per Million in Mexico and Central America
Source: Author calculations based on data from MINSA Nicaragua
and Citizens’ Observatory for Covid-19 (3/29/21).
Si se cuentan las muertes en lugar del número de casos, la cifra oficial de Nicaragua (26 por millón de habitantes) es igualmente baja. La cifra de muertes "sospechosas" del observatorio es considerablemente más alta (450 por millón), pero incluye los casos de neumonía notificados. En el caso de que se trate de casos de Covid, esta cifra seguiría siendo menos de la mitad de la media latinoamericana actual de 1.174, según los recuentos oficiales. (Hay que tener en cuenta que en la mayoría de los países, el recuento oficial de muertes por Covid es considerablemente menor que el aumento general de la mortalidad durante la pandemia; si hay más muertes asociadas al Covid en Nicaragua de las que se tabulan oficialmente, eso podría convertir al país en la norma y no en la excepción).
Pero las estadísticas no son la verdadera historia. La no contada y más significativa en términos de lección de la pandemia es que el pico de casos y muertes de Nicaragua fue muy corto. Esencialmente duró dos meses, desde mediados de mayo hasta mediados de julio. La mitad de los casos totales oficiales del año pasado ocurrieron en estos dos meses, y desde entonces el total diario ha sido constantemente bajo. (En ninguna ocasión desde julio la cifra no oficial de casos "sospechosos" del observatorio ha superado los 100 diarios).
La tendencia puede confirmarse hablando con personas que trabajan en el servicio de salud, como hice en varias ocasiones. A finales de junio, un epidemiólogo que seguía la situación a nivel nacional me dijo que los hospitales informaban de que el pico había pasado. En julio, me informé en un hospital local que estaba tratando los casos del virus: Su unidad de cuidados intensivos todavía tenía pacientes Covid, dos de ellos con respiradores, pero no estaba llena. En agosto, el mismo hospital reconoció los esfuerzos de todo el personal - médicos y enfermeras, porteros y limpiadores - en una emotiva ceremonia para marcar el final de la crisis, a la que asistieron muchos de los pacientes que se habían recuperado y que agradecieron la atención recibida.
Este logro de convertir la pandemia en lo que fue, efectivamente, un choque corto y agudo, se produjo a pesar de que Nicaragua no tenía cierres. Países vecinos como Honduras, El Salvador y Costa Rica tuvieron cierres estrictos, y sin embargo tuvieron muchos más casos. En Costa Rica, hubo un pico prolongado desde septiembre hasta enero, una experiencia directamente opuesta a la de Nicaragua. Honduras sigue teniendo una alta incidencia del virus, con hospitales al borde del colapso incluso en 2021.
Todos los países vecinos aprovecharon la pandemia para volverse más autoritarios, provocando manifestaciones a menudo reprimidas violentamente por la policía; las medidas de Nicaragua fueron todas consultivas, no obligatorias. Sin embargo, fue Nicaragua la que figuró en la lista del New York Times como uno de los cinco países latinoamericanos en los que la democracia "decayó" durante la pandemia.
¿A qué se debe el relativo éxito de Nicaragua durante un periodo en el que la pandemia hizo estragos en los países vecinos? Por el momento, no parece haberse realizado ningún estudio científico, por lo que cualquier observación es especulativa. Uno de los factores parece ser la relativa ausencia de transmisión viral por parte de viajeros procedentes del extranjero, ya que (tras el violento intento de golpe de estado de 2018) había pocos turistas a principios de 2020 que pudieran introducir el virus en el país. Se introdujeron controles sanitarios en los cruces fronterizos y, junto con la cuarentena de los recién llegados, parecen haber sido muy eficaces.
Las visitas casa por casa de las "brigadas de salud", que se acercan a los 5 millones, sirvieron para concienciar y combatir las noticias falsas. Los 37.000 miembros del personal sanitario de Nicaragua fueron formados en el manejo del Covid-19 en una fase temprana, y tienen una larga experiencia en el control de otras epidemias víricas. Sin embargo, los verdaderos factores que explican el "aplanamiento de la curva" de los casos de Covid en Nicaragua, tras un breve pico, merecen una investigación mucho más exhaustiva.
Éxito no reconocido
En septiembre, escribí en Resistencia Popular que "...sólo puede ser cuestión de tiempo antes de que la respuesta efectiva de Nicaragua a la pandemia sea reconocida por los medios corporativos, especialmente porque contrasta tanto con la experiencia de la mayoría de los otros países latinoamericanos y, por supuesto, con la de Estados Unidos y el Reino Unido".
Seis meses después, todavía no hay señales de que esto ocurra. A principios de este año, el Wall Street Journal enumeró ocho países que manejaron bien el Covid; la revista Time publicó un artículo con una lista de 11 países con las "mejores respuestas globales" al Covid. Ninguno de ellos incluía a Nicaragua.
The Guardian publicó un artículo en el que mencionaba varios países de bajos ingresos de los que Estados Unidos y el Reino Unido podrían aprender, omitiendo a Nicaragua. Cuando señalé esto en una carta publicada el 31 de diciembre, el periódico publicó inmediatamente una respuesta bajo el titular "La historia de Covid de Nicaragua está lejos de la verdad", señalando que la oposición tiene sus propias cifras de casos de Covid en Nicaragua, pero sin mencionar que incluso esas cifras son mucho más bajas que las de los países vecinos.
Lo que es evidente es que el enfoque no convencional de Nicaragua ha sido ridiculizado pero, cuando ha resultado ser exitoso, ha sido ignorado. El Observatorio Covid-19 de la Universidad de Miami, que monitorea las medidas antivirus en América Latina, tiene un índice de adopción de políticas públicas que monitorea las medidas tomadas para reducir el contacto social (requisitos de permanecer en casa, cierre de escuelas, etc.): Nicaragua tiene la puntuación más baja. Sin embargo, como señaló The Guardian en septiembre, gran parte de América Latina estuvo sometida a cierres prolongados, lo que indujo a una gran pobreza, y sin embargo produjo cinco de los diez primeros países a nivel mundial en cuanto a la incidencia del virus (véase FAIR). Como excepción, la experiencia de Nicaragua debería haber destacado, sobre todo porque recibió mucha atención mediática inicial por evitar los cierres y mantener las escuelas abiertas.
En cambio, los medios de comunicación internacionales siguieron vertiendo desprecio. Incluso cuando la pandemia remitió en Nicaragua, el Washington Post calificaba la respuesta del gobierno de "extraña y peligrosa". El Financial Times informó de las estadísticas de Covid en octubre, pero dio la impresión de que el número de casos era excepcionalmente alto, parte de "una crisis económica y social que se agrava." En febrero de este año, The Guardian criticó la "respuesta a trompicones de Nicaragua a la pandemia de coronavirus" en un informe cínico y engañoso que caracterizaba los esfuerzos del país por controlar el uso de su espacio aéreo para satélites y otras actividades cercanas al espacio como una grandiosa "agencia espacial".
La imagen que surge es una en la que hubo una cobertura considerablemente mayor de las predicciones funestas que del resultado sorprendentemente leve cuando la pandemia siguió su curso. Covid-19 fue un tema conveniente en el que el gobierno sandinista, regularmente criticado por los medios internacionales, podía ser atacado de nuevo.
Los periodistas, que deberían ser más escépticos con los informes negativos de los medios de comunicación locales de la oposición y de las ONG cuya alineación política es bien conocida, se limitaron a repetirlos como indicaciones fiables de un desastre a punto de ocurrir. Sus advertencias apocalípticas reforzaron la narrativa de los medios de comunicación de que el gobierno sandinista está fallando a su pueblo. Es difícil evitar la conclusión de que las conjeturas políticamente útiles resultaron más noticiables que la realidad políticamente inconveniente.